lunes, 15 de octubre de 2012

Tarta de chocolate

  Hay que tener mucho cuidado con las cosas que se dicen a los demás. Sobre todo si la conversación versa entorno a tus propios gustos, y más todavía si se acerca tu cumpleaños. Recuerdo un programa de televisión estadounidense, donde venían a tu casa y cambiaban la habitación A TU GUSTO. El presentador, preguntaba al pequeño de la casa, qué era lo que más le gustaba en el mundo. El chaval, con esa inocencia característica de su edad, respondía que los delfines.
Al día siguiente, tenía la habitación de un niño gay.
Apuesto lo que queráis,  a que esa misma semana, el padre veía el documental  The Cove, y el niño, que en ese momento pasaba por ahí, decidió que los delfines eran la cosa más bonita del mundo. 
La habitación parecía un acuario. En las paredes, los decoradores del programa de televisión, habían pintado olas con corales, y dentro de ellas muchos delfines. Por si el agua de la pared no fuese suficiente, decidieron añadir un par de acuarios con peces. La cama tenía cabeza de delfín, que sospechosamente, parecía un pene gigante.

  En aquella época, me fascinaban las furgonetas Volkswagen de los años 60. Me parecían geniales, tanto el diseño, como su funcionalidad. Creía que podía ser  estupendo viajar donde quisieras, conducir desnuda  y además poder dormir dentro. Si, puede que fuese mi etapa hippie. Pues bien, cada vez que veía una Volkswagen por la tele, yo le insistía a mi padre que quería una. Los niños pueden ser muy persuasivos a veces. Le enumeraba todas y cada una de las virtudes que tendría si él compraba la furgoneta. Si vendía aquel Mercedes, la gente ya no se le quedaría mirando cada vez que pasaba por la plaza del pueblo. Todo iban a ser ventajas. Mi  padre, siempre tenía muy en cuenta todo lo que yo le decía. Y llegó mi cumpleaños.
Nunca olvidaré aquella celebración de 1999, cuando toda mi familia organizó  una fiesta sorpresa en mi casa,  con miles de regalos. Esto no era lo habitual, ya que mi cumpleaños, al caer en Julio, lo solíamos celebrar antes. Por esas fechas, normalmente, la mayoría de familiares ya estaban en sus lugares vacacionales, pero ese año no.
Los regalos iban sumándose en la mesa y todos esperaban expectantes a que los abriese. Cuando cogí el primero, me pareció pequeño y de poco peso. Al quitarle el papel que lo envolvía, mi padre me interrumpió, y cogiéndome de la mano, muy serio, me dijo que iba a ser el regalo de mi vida. Yo me lo creí, claro.  Cuando lo abrí, me encontré con una mini furgoneta Volkswagen amarilla y blanca. Mi padre me miraba ilusionado, con los ojos muy abiertos y esperando mi respuesta. Le dije que me había gustado mucho, claro, que iba a decir delante de toda la familia. Comencé a abrir el resto, un poco nerviosa, pero a partir del cuarto regalo, ya sabía lo que me tocaba. Resulta que mi padre, había ido diciendo por ahí, que lo que más me gustaba en el mundo eran las furgonetas Volkswagen. Que me había vuelto una coleccionista, y que serian el mejor regalo para mí. Aquel año me junté con más de 40 mini furgonetas, sin exagerar, de todos los tamaños y colores.
 
 

  Aquel día, decidí no decirle nada a mi padre y seguir con total normalidad. Todo como estaba, con la colección de 40 furgonetas en mi habitación. A pesar de que yo jamás volví a hablar de las dichosas Volkswagen, el rumor se extendió entre mis amigos.
Tanto es así, que a día de hoy, la gente me sigue regalando furgonetas, pensando que sigo con la colección. Al principio las mandaba a mi pueblo, ya que mi padre había añadido baldas nuevas el año pasado. Hasta que descubrí, que podía pagar con furgonetas, al camello de debajo de mi casa. Un amante incondicional de los vehículos de coleccionista con estética sesentera.

sábado, 6 de agosto de 2011

Bizcochitos

Me he comprado un puño americano por Ebay. La verdad es que esto de comprar por internet no es lo mio, nunca puedes fiarte, pero estoy contenta. Han sido realmente rápidos, el pedido me llegó justo a tiempo. Y es que tenía visita al oculista. Normalmente siempre aplazo las fechas para las revisiones. Tengo un pánico terrible a todo lo relacionado con los ojos, no lo puedo soportar.

Uno de mis mayores traumas se dio hace unos años con una canción de Kylie Minogue. No por la canción en si, aunque podría haber sido. Me encontraba con mis amigos de entonces en un sitio oscuro, sin ventilación alguna y arena en el suelo. NO PREGUNTEIS. Uno de estos amigos en pleno éxtasis de la canción soltó una patada al aire, con tan mala suerte la mía, que toda la arena que contenía su zapato entró en mi ojo derecho y estuve un día entero con el ojo chungo. Huelga decir que a partir de ese momento se convirtió en mi ex-amigo. Ahora me han dicho que se dedica a bailar aurreskus en bodas. Felicidades!!!


A lo que iba, fui al oculista, con mi recien estrenado puño americano. Al entrar no me dio muy buena impresión, y es que el oculista llevaba un parche en uno de sus ojos. A mi padre, que me acompañaba, por lo visto le hizo mucha gracia y se pasó toda la espera haciendo chistes y leyendo en alto los diplomas que colgaban en la pared. Que si este es del 84 y tu no habías nacido aún, que si este es del 1996, que si el último año de diplomas es el 2002...A mi no hacía más que ponerme nerviosa.

La sorpresa vino cuando entró la enfermera y empezó a hablarme de una forma muy familiar, como si ya me conociera. Sabía de mi pánico a los ojos y conocia al detalle mis anecdotas. Entonces como de la nada, del asiento en el que estaba sentada, aparecieron unos cinturones y correas. La enfermera con total normalidad empezó a abrocharme. Yo no daba crédito. ¿Es que van a mirarme los ojos, o a hacerme una lobotomia? Antes de que esto fuese a mayores le pregunté de qué iba todo eso. Y entonces me respondió si no me acordaba, y empezó a contarme. Por lo visto yo era una leyenda ahi. En mi revisión del 95 necesitaron 2 enfermeras para intentar mantenerme quieta mientras me echaban gotas. En la del 96, 2 de las 3 enfermeras se jubilaron por estres. Y en el 94 aticé con un mangual al oculista en toda la cara, de ahí venía lo del parche...


Entonces de pronto los recuerdos vinieron a mi mente, y me sentí mal. Miraba al puño americano con tristeza, y pensé que ya iba siendo hora, que ya había madurado bastante como para ponerme tan histérica y comportarme así. En cuanto me soltó fue inevitable. Había pagado por ese puño los ahorros que me quedaban, tenía que utilizarlo. No era nada personal con ese oculista, ese puñetazo representaría a todos los pacientes que sufren cada vez que tienen que ir al oculista. Y yo sería como una especie de justiciera . Sentía que era lo correcto, lo que tenía que hacer. Así que le aticé en el otro ojo y salí corriendo con las lentillas de prueba puestas. Mi padre detrás, claro.

Después en casa, intenté explicarle a mi padre lo de la justiciera y todo eso, y me ha castigado. Una semana sin postre y se ha quedado con mi puño americano. Dice que tiene que ir al dentista...

viernes, 3 de septiembre de 2010

Mi primer quiché

Cuando era pequeña un sueño se me repetía noche tras noche, una y otra vez. Para contarles el sueño y que lo entiendan en su plenitud, tengo que ponerles en antecedentes.
La primera casa de mis padres era grande, con un pasillo enorme recubierto de gotelé. En un extremo se encontraba mi habitación, en el centro la habitación de mis padres y al final la salida.

Pues bien, mi sueño consistía en que tenía que salir de mi habitación, correr por el pasillo y salir. Así , sin ningún tipo de finalidad. A simple vista parecía fácil, pero había elementos que siempre se interponían. Al salir del pasillo, siempre corría porque tenía la sensación de que algo malo iba a pasar. Y nunca me equivocaba. La puerta de la habitación de mis padres se abría lentamente y salía Espinete, para no dejarme llegar hasta la salida. Siempre igual. Me cogía y se ponía a hacerme cosquillas. No eran unas cosquillas amables, eran unas cosquillas muy molestas y se notaba que Espinete iba a joder. Yo no aguantaba más, pero no podía pararle y desistía hasta que me mataba de la risa. LITERALMENTE. Moría en el suelo mientras le gritaba:
-Remátame Maricón!

Tras años soñando lo mismo, llegó mi gran día. El 40 aniversario de Barrio Sésamo. Iban a estar todos, pero a mi sólo me interesaba uno. Me las ingenié para conseguir entrar en el backstage, la verdad es que al ser un espectáculo solo para niños, la seguridad era mínima. Todo iba perfecto. Llegué medía hora antes para tantear el terreno. Llevaba encima todo lo que necesitaba para vengarme, esa noche iba a ser la mía. Las piernas me temblaban y la boca cada vez la tenía más seca. Decidí ir a tomarme algo. Mientras estaba concentrada en la barra libre, algo me rozó la espalda. Me puse muy tensa, me di la vuelta y ahí estaba él. Cara a cara. Me miró como si me hubiese reconocido. Llevaba tanto tiempo esperando la venganza que quise parar el tiempo en ese instante. Sabía que después de lo que le iba a hacer Espinete probablemente no sobreviviría, o quedaría inválido. Y sin pensármelo dos veces le cogí del cuello y comencé a hacerle cosquillas, sin parar. Al poco tiempo unos guardas vinieron y me inmovilizaron. Yo estaba exaltada, no podía parar de patalear. Me cogieron entre los dos y me arrastraron por toda la sala, mientras él me miraba desde el suelo, confuso. Me llevaron al calabozo y no es tan malo como lo pintan. De ahí mi tatuaje en el culo. Al poco tiempo me liberaron. Alguien vino a pagarme la fianza. Nunca sabré quien fue. Sólo sé que me dejó una nota en la que sólo aparecían unas siglas…

domingo, 16 de mayo de 2010

Galguerias

Odio las chicas que llevan el pelo corto. Es un odio visceral e irracional. No es nada personal, no se equivoquen, es sólo que me caen mal. Normalmente no me suelo complicar mucho con mis relaciones sociales, a simple vista, todos me caen mal y punto. Pero a las del pelo corto las tengo en mi lista negra, no entiendo sus recogidos ridículos ni sus coletas diminutas. ¿Pero qué se piensan? ¿Que nos pueden engañar? ¿Es que acaso creen que no sabemos que lo llevan corto?

Quizás mi obsesión provenga de mi infancia, como todos mis traumas. Gracias Mama.
Cuando era pequeña nunca llegué a tener el pelo largo, cuando me llegaba por los hombros, mi madre me llevaba a la peluquería y les pedía que me lo cortasen 4 dedos. Mi madre ponía sus dedos sobre mi melena, para darle mejores instrucciones a la peluquera. Siempre por debajo de las orejas, para no poder recogérmelo ni hacerme cualquier peinado extravagante que expresase mi inconformidad ante la vida. Parecía que mi madre cada vez tenía los dedos más rechonchos y que yo llevaba el pelo más corto. En mi infancia juré que cuando tuviese la mayoría de edad me dejaría el pelo largo. Llevo 3 años sin ir a la peluquería.

Mi trauma con el pelo corto no se limita solamente a mi propio pelo, en mi infancia también tuve la típica enemiga con el pelo muy corto. Era muy mala y sabía lo que se hacía. Todos los problemas que me causó de pequeña le volvieron a ella años después con una obesidad mórbida.

Estoy pensando en apuntarme a clases de peluquería. No es que me guste, es que tengo una ilusión. Quiero cortar el pelo a una peluquera. Aprenderé todos los tipos de cortes de pelo, capeados que existan. Aunque pienso que las clases no me servirán de mucho, no creo que tenga que saber demasiado, total, para hacerle a la peluquera una esvástica en la coronilla…

miércoles, 14 de abril de 2010

Merendola

Soy una de esas chicas a las que le gusta llevar muchas cosas en el bolso. Pero no cosas de chicas, sino cosas prácticas, que puedan servirte para cualquier tipo de percance.
En mi bolso, he llevado desde navajas suizas hasta destornilladores pequeñitos, siempre por funcionalidad, claro. Y confieso que en ocasiones, me han sacado de más de un apuro.

El mes pasado, revisando los cajones de mi casa, encontré lo que a mi bolso le faltaba, lo que necesitaba. Era un mechero con forma de pistola, imaginad las posibilidades. Podía dar fuego al chico ese que fuma y que tanto me gusta, podía hacer que jugaba a la ruleta rusa con mis amigos, o incluso podría dejar boquiabierto al camarero que en voz alta pedía un mechero para flamear su nuevo coctel. La diversión estaba asegurada y las posibilidades eran infinitas, ya tenía el bolso ideal. La perfección hecha bolso.

La semana pasada quedé para comer con un ex-compañero de clase, que ha venido a vivir a Madrid, porque ahora es actor. Quedamos para comer en uno de esos buffets céntricos de la ciudad. Mientras me contaba sus últimas andanzas, nos levantamos de la mesa a por comida. En el carro del bufett, un escalofrío recorrió mi espalda. Al volver a la mesa, me percaté de que mi bolso ya no seguía en mi silla . Rápidamente alcé la vista y vi a un señor saliendo del restaurante atropelladamente. Así que sin pensármelo dos veces, salí corriendo a recuperar mi bolso perfecto. No podían hacerme esto. Llevaba meses confeccionándolo, metiendo todo tipo de cacharros, siempre prácticos, en mi bolso y ahora un señor desconocido quería hacerse con él. Mientras corría detrás del ladrón, pensaba que quizás al llegar al restaurante y abrir el bolso para sacar un kleenex, pudo haber visto los destornilladores chiquiticos, las agujas y el hilo de coser.
Él realmente se dió cuenta del valor que tenía ese bolso. Yo corría como nunca, a pesar de estar cansada, hasta que al final el ladrón tuvo un descuido y tropezó. Toda la calle nos miraba. Le cogí del cuello y abrí mi bolso, saqué la pistola-mechero y apunté. Comencé a quemarle la ceja izquierda. El ladrón al percatarse de lo que estaba sucediendo, retrocedió como pudo y huyó. ¿Os lo podéis creer? Al volver al restaurante, mi amigo actor, ya se había zampado toda mi comida.